Si usted le pregunta a un joven cómo sabe que está enamorado de su novia, lo más probable es que no pueda explicarlo, sino que le dirá: “Solo sé que la amo”. Quienes hemos experimentado la alegría de enamorarnos, entenderemos lo que el joven quiso decir.
Pero, ¿Cómo sabemos si amamos a Dios? Aunque no podemos verlo, oírlo o tocarlo, nuestra vida debe contener pruebas que atestigüen nuestro amor por Él.
El amor de Jesucristo por su Padre celestial quedó demostrado por su obediencia. Cada palabra, pensamiento y acción —desde el momento en que dejó el cielo para nacer como un bebé, hasta su ascensión— fueron hechos de acuerdo con la voluntad y las instrucciones de su Padre. Su relación era tan estrecha que el Señor no solo sabía lo que su Padre deseaba, sino que también se deleitaba en obedecerle (leer Salmo 40.7, 8; Juan 6.38).
Si queremos crecer en nuestro amor por el Señor, debemos acercarnos a Él a través de su Palabra. A medida que aprendamos a conocerlo, nuestro amor aumentará y desearemos obedecerlo. A menos que dediquemos tiempo a la Biblia, nuestro fervor por el Señor no estará a la altura de lo que podría ser.
¿Qué revela su estilo de vida acerca de la profundidad de su devoción a Cristo? ¿Pueden otros verlo en sus conversaciones, carácter y conducta? Si alguna vez se ha sentido decepcionado de que su amor a Cristo le parece pequeño, abra la Palabra de Dios y obedezca lo que Él le dice. El Señor estará con usted y se le dará a conocer, aumentando así su capacidad de amarlo y conocerlo más.