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martes, 16 de julio de 2024

Un nuevo corazón


“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Salmo 51:10)

Leer: Daniel 6:1-28

Dios ama la integridad y a aquel que en ella se mantiene tiene  en el corazón de Dios y tiene la certeza de su bendición. Nosotros debemos estar dispuestos a retener nuestra integridad a costa de lo que sea, a mantenernos limpios delante de Dios, a perseverar en la voluntad de Él, a presentar nuestras vidas en santidad como la mejor y más grata ofrenda que podemos darle. El que es íntegro, atrae la justicia de Dios su bendición y su misericordia, el Señor le muestra su salvación y le manifiesta su gozo y su contentamiento. Necesitamos que Dios escudriñe nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, nuestro corazón como un todo, pues generalmente guardamos en él actitudes que nos impiden relacionarnos bien con los demás, y también con Dios.

Qué bueno es que en nuestra vida se vea claramente que somos personas íntegras, honestas, con verdad en nuestro hablar y en nuestro actuar, llevando con altura el título de hijos de Dios. Estoy  segura que si en este momento nos invitaran a escribir una lista de cualidades que nos gustaría encontrar en las personas o mejor aún, que nos gustaría poseer,  enunciaremos la Honestidad, porque esta trae una paz  al corazón del que la posee y produce tranquilidad y confianza en los que están a nuestro alrededor. No hay mayor alegría para un ser humano que experimentar seguridad y respaldo en aquella persona que ama. No hay mayor satisfacción en la vida que aquella que tenemos cuando nuestros familiares, empleados y amigos más íntimos, nos consideran una persona íntegra, de palabra, una persona de “verdad”. Por el contrario, cuando esta virtud falta en nuestra vida, aflora en los que nos rodean, la desconfianza, la inseguridad, el temor, la duda, la incertidumbre, sentimientos que deterioran cualquier relación interpersonal y nos llevan a muchas decepciones y fracasos, y  nos  quedarnos solos.

El  profeta Daniel, a quien sus enemigos buscaban  constantemente su caída, no pudiendo hallar en él, ninguna falta, pues era íntegro no sólo en lo público sino también en su vida privada. Optaron por engañar al rey, quien lo condenó a morir en las garras de los leones. Cuando ya se suponía había terminado el suceso fatal, el rey se acercó al foso y preguntó a Daniel si Dios había podido salvarle, a lo que Daniel, respondió: “Oh rey, vive para siempre. Mi Dios envió su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo”. He aquí un ejemplo maravilloso de la contundente justicia de Dios y la defensa de su eterna verdad.