Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
Colosenses 3:15
Leer: Isaías 26:3; Colosenses 3:5-25
La paz de Dios a la que el Apóstol Pablo se refiere en esta carta a los Colosenses, es más que un sentimiento de tranquilidad o la ausencia de problemas; es un fruto de la acción de Dios en una vida, la consecuencia de estar con Él, de rendirle nuestro ser. Es un fruto del Espíritu Santo, que nos equipa de poder para enfrentar dificultades, trae alivio a nuestras cargas y es capaz de sanar las más profundas heridas del corazón. Cuando Él derrama esa paz en nuestros corazones, nos infunde aliento y nos proporciona seguridad, alegría y fortaleza; entonces se cumple lo que dice su Palabra: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí”.
Para aquellos que anhelan la paz y no saben cómo alcanzarla ni de dónde viene, la Palabra de Dios nos confirma: “Porque él es nuestra paz…” (Efesios 2:14). Podemos tener la certeza que el camino de la paz es Dios, y no como muchos creen: las personas, las posesiones, los títulos; de hecho, muchos deciden escoger distintos caminos en busca de paz, pero, pasado el tiempo tienen que concluir que buscaron en vano.
Es tiempo de examinar nuestro corazón y ver si nuestra vida muestra evidencias de paz en el espíritu, en el alma y en el cuerpo. La paz, como ya lo dijimos es evidencia del fruto del Espíritu, por consiguiente, la paz es el fruto del amor de Dios derramándose permanentemente sobre nuestras vidas.
Por esa razón, si el hombre desea paz, debe optar por buscar a Dios para caminar tomado de su mano; y el mejor camino para buscar a Dios, es su Palabra; ella nos lleva a enderezar nuestros pasos, cuando creemos lo que Él afirma, es decir, que nada hay por encima de su verdad.
Busquemos conocer y afirmar esos principios que son vida y paz a los que los siguen; de hecho, quien aprende a seguir los mandatos divinos, es aquel que triunfa y como dice el Manual de la vida: “Y todo lo que hace, prosperará” (Salmo 1:3)
Recuerde, la paz de Dios es el resultado de una profunda transformación en nuestro corazón realizada por Él, producto de aceptar a Jesús en nuestra vida.