«Y si dieres tu pan al hambriento, y saciares al alma afligida, en las tinieblas nacerá tu luz, y tu oscuridad será como el mediodía» (Isaías 58:10)
Leer: Gálatas 6:7-10
Qué oportunas las palabras del Señor en una época en la que cada uno busca su propio beneficio, en la que reina el egoísmo, y la misericordia escasea en el corazón de los hombres.
Lo que ignoran muchos hombres es que así como el mundo natural se rige por leyes físicas, químicas, biológicas, que son inquebrantables; se cumplen creamos en ellas o no, así también el mundo espiritual se rige por leyes espirituales plasmadas por Dios en su Palabra; principios que rigen el curso de la vida del ser humano, conduciéndolo al éxito o al fracaso…
Si las aceptamos, encontramos enormes bendiciones para nuestra vida, pero si las desafiamos, tarde o temprano cosecharemos resultados amargos, de la misma manera que aquel que, desafiando la ley de la gravedad, se lanza de un edificio, pretendiendo volar.
Una de esas leyes espirituales hace referencia a la actitud de dar; algo que a los seres humanos nos cuesta mucho. Lo cierto es que Dios espera que, al acercarnos a Él y disfrutar de su amor y bendición, se produzca una transformación en nuestro corazón, empezando a ser libres de todo egoísmo.
Dios espera que al descubrir que Él es nuestro proveedor y que a su lado nada nos hace falta, comencemos a preocuparnos por actuar con justicia, supliendo la necesidad del que sufre, interesándonos genuinamente por las necesidades de los que nos rodean.
Hoy es el tiempo de aplicar en nuestra vida la ley espiritual de la siembra y la cosecha… ¿Qué queremos cosechar en la vida? Eso mismo comencemos hoy a sembrar. Le invito a sembrar amor, buenas palabras, acciones de misericordia, perdón, reconciliación, y una oración.