Cuando dejamos que nuestra alma y corazón se llenen de angustia, cuando acumulamos y guardamos heridas, rencores, malos deseos, miedos; llegará un momento en que no soportaremos más, y hasta perderemos de vista nuestra posición como hijos de Dios, quedando apesadumbrados y derrotados.
En este pasaje podemos ver que ante el Señor podemos exponer nuestras quejas y angustias, y Él estará presto a oírnos. A veces perdemos el tiempo quejándonos ante los demás, y no lo hacemos delante del Señor. Ahora bien, no se trata de ir a hacerle reclamos, se trata de ir a su presencia y levantar nuestras manos en señal de rendición, para ser fortalecidos, ayudados, guiados e inspirados para obrar con rectitud. A pesar de cualquier circunstancia, esto es lo que debemos hacer, puesto que solamente el Señor vendrá en nuestro socorro, con amor genuino sin pedir favores a cambio; lo que tal vez sí hacen las personas cuando equivocadamente les pedimos ayuda o nos rendimos a ellas.
Exponer nuestra causa al Señor es una actitud de confianza, ya que partimos del hecho de que Él conoce nuestra senda como lo dice su Palabra. De hecho, Él lo sabe todo y no necesitaría que lo digamos, pero cuando lo hacemos, nuestro corazón recibe alivio, descansa y queda vacío para poder ser lleno del amor de Dios y de sus palabras que nos guiarán y nos confortarán en nuestro camino a seguir. Además, se producirán alabanzas y acciones de gracias genuinas en nuestro corazón hacia Dios, porque hemos sido ayudados, hemos sido alcanzados por su misericordia.
La invitación es que usted, en este día, pueda presentar su corazón y su alma ante el Señor, no importa cuán angustiado esté su corazón. Le invitó a hacer como el rey David, que expuso su queja delante del Señor, y esperó en Él, pues estaba convencido que recibiría su oportuna ayuda.
Padre bueno, delante de ti coloco mi corazón; bien sabes cuanto dolor, tristeza y angustia hay en él. Te ruego, mi Señor, que oigas mi necesidad y que me renueves; por tu maravillosa respuesta te alabo y te bendigo.