“...no tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda”. (Hechos 3:6)
Leer: Marcos 11:22-24; Colosenses 4:2-6
Nuestros labios pueden confesar verdades transformadoras, logrando cambios radicales en las vidas de los que nos rodean. La Biblia nos presenta las vidas de hombres y mujeres, quienes a través de los dichos de su boca lograron que otros vieran la gloria de Dios.
El apóstol Pedro aprendió a hacerlo, cuando tuvo que darle una respuesta al cojo que se encontraba a la entrada del Templo; a través de sus labios salió la bendición y sanidad que este necesitaba. Jesús nos desafía a desarrollar la oración que todo lo puede, dándonos tanta potestad, como lo dice claramente en su Palabra «... El que en mí cree, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores hará... Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré...» (Juan 14:12-13).
Esta promesa en la actualidad nos permite hacer de nuestras oraciones verdaderas explosiones de poder creativo del Señor, pero para que esto se haga realidad, necesitamos renunciar al lenguaje de conformismo, incredulidad, y derrota.
Los hijos de Dios debemos desechar de nuestro lenguaje expresiones que traduzcan pesimismo o dichos negativos. Transformemos nuestras palabras en mensajes de fe y esperanza, de forma tal que todas las oportunidades que nos ha dado Dios de conocerle y ver su gloria, sean utilizadas como canales de bendición que lleven a otros a obtener también victoria en sus vidas.