Ninguna persona en sus fuerzas, con sus medios podrá lograr la felicidad, más el hombre que coloca su confianza en Dios, alcanza su bendición, la que enriquece y no añade tristeza con ella. El mejor ejemplo lo encontramos en el rey David, quien confió su vida a Dios.
Sin duda alguna, la alegría que se percibe en este cántico de David, es la manifestación de la respuesta a su clamor, pues aunque siempre tuvo que enfrentar enemigos y peligros, nunca perdió su fe, y nunca dejó de encomendarle su vida a Dios.
Siempre tuvo por seguro que su Dios era quien lo defendía, y le daba las victorias. Cuando la Palabra de Dios dice que “era David conforme al corazón de Dios”, está resaltando justamente esa complacencia del Padre con su hijo. David no era un hombre perfecto, pero sí tenía en su ser interior la actitud y disposición de agradar a Dios en todo, y por más duras y fuertes que eran sus luchas, nunca dejó de buscarlo, todo se lo consultaba, y nunca salía a enfrentar las batallas sin asegurarse de que Dios estaba con él. Además, sabía darle el reconocimiento a Dios y siempre cultivó un corazón agradecido.
El Salmo 21, es un canto de alegría por las victorias obtenidas. Es el reconocimiento de un pasado y un presente que han sido guardados por la mano soberana de un Dios de bondad, y la proyección hacia un futuro libre de todo temor e incertidumbre.
Cada día debemos celebrar el poder de nuestro Dios, que nos salvó y reconocer que Él es el único que nos garantiza las victorias duraderas y verdaderas. Todos podemos declarar por medio de Cristo: “Antes, en todas las cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).
Cultivemos la actitud agradecida de este valiente rey, su disposición para agradar a Dios, y así también nosotros seremos correspondidos con su respaldo, cuidado y bendición.