Hubo un hombre en la historia del pueblo de Israel, el rey Ezequías, quien había descubierto que la mejor manera como él podía consolidar su reino y alcanzar la bendición de Dios para su pueblo, era ejecutando lo bueno, recto y verdadero delante de Él, teniendo en cuenta todos sus mandamientos y buscándolo con todo su corazón. Así, que convocó a todo el pueblo de Israel, a todos los habitantes de las diferentes ciudades conquistadas, a reunirse en la casa de Dios en Jerusalén, con motivo de la celebración de la fiesta de la Pascua.
La Biblia nos cuenta que Ezequías pasó invitación y realizó un sentido llamado a todos los habitantes de Israel, para que viniesen a honrar a Dios a Jerusalén y lograran así su misericordia para librarlos de sus enemigos que los rodeaban. Sin embargo, muchos se burlaban de él y no acudieron a la cita, y fueron precisamente las ciudades invadidas posteriormente por los asirios. Pero todos aquellos que acudieron a Jerusalén fueron bendecidos y prosperados, y de Ezequías quien siempre buscaba agradar a Dios, la Biblia nos dice: “en todo cuanto emprendió en el servicio de la casa de Dios, de acuerdo con la Ley y los Mandamientos, buscó a su Dios, lo hizo de todo corazón, y fue prosperado” (2 Crónicas 31:21)
Así como la bendición y la prosperidad de grandes hombres de la Biblia, está relacionada con su amor a Jerusalén y con la clara visión que de ella tenían como la ciudad de Dios, así también nuestra vida puede ser grandemente bendecida si oramos a Dios para que nos revele el significado de esta tierra especial ; somos mimados y reverdecidos, somos bendecidos y prosperados.