La oración no es un ritual, es una relación muy especial, en donde los dos participantes intervienen de una manera dinámica. Esto quiere decir que Dios, no es indiferente a nuestras oraciones. Usted no se imagina, cuánta reacción en el cielo puede producir un clamor suyo, y sobre todo, cuando se refiere a su familia, pues, Dios es el autor y diseñador de ella, y el principal interesado en que se cumpla el propósito para el que fue creada.
Para ver milagros a través de la oración, debemos tener una mente abierta al cambio; permitir que la Palabra de Dios renueve nuestro entendimiento; de esta manera, aceptaremos los planes y las instrucciones que Dios nos comunica (Hebreos 10:7).
Antes de que Dios cambie nuestra familia, debemos permitirle que primero nos renueve a nosotros, para que luego, se produzca el milagro que esperamos ver en el interior de nuestros hogares. Cuando Dios se propone realizar un cambio en nuestra vida, la señal de progreso es su intervención en todas las áreas, creando como resultado, crecimiento espiritual.
Sin embargo, para muchos, los cambios son molestos, producen ansiedad y temor, a tal punto que preferirían seguir como siempre han estado, y como consecuencia de esto, nada especial sucede.
Todos los hijos de Dios, aunque poseemos principios constantes, estamos llamados a vivir en progreso permanente, ya que debemos sustituir nuestra naturaleza humana, llena de ataduras, debilidades y heridas, por la naturaleza divina del Señor, que nos limpia, nos hace nuevas criaturas, y nos llena del poder del Espíritu Santo. En la medida en que este proceso se dé en nuestra vida, se hará extensivo a nuestra familia.