Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
Santiago 3:5
Leer: Santiago 3:6; Juan 10:10b; Santiago 3:9-12
La lengua es muy pequeña en comparación con un gran bosque. Los bosques son humedales naturales creados por Dios, son reservas de agua. Los humedales evitan inundaciones, por eso cuando los acabo y los deforesto, los valles y las ciudades sufren.
La Palabra de Dios nos enseña que la lengua es como un pequeño fuego que puede acabar con todo un bosque, ¿qué pasa si destruimos un bosque con un pequeño fuego? Destruimos algo inmenso, estamos destruyendo vidas, porque esto es un humedal, es vida. Eso es lo que estamos incendiando con la lengua, con la lengua destruimos familias enteras, con la lengua destruimos tantas personas como un bosque.
Cuando nuestra lengua no está al servicio de Dios y su Palabra, no está consagrada a Dios, sino que la maneja el enemigo como instrumento para lograr lo suyo, entonces la lengua incendia nuestra vida y la de quienes nos rodean.
Santiago compara la lengua, también, con una fuente de agua, aclarando lo que es apenas lógico, que de un mismo lugar no puede salir agua dulce y agua salada. Con la lengua bendecimos a Dios y al mismo tiempo maldecimos a lo creado por Él; no podemos bendecir a uno y maldecir a los otros, eso no tiene sentido, ese no es el proceder de Cristo.
Hemos de entender que debemos bendecir a otros, así como bendecimos a Dios. Que hemos de llevar el bien a todos, a otros, al prójimo, porque de nuestra boca, de nuestra lengua, no puede salir dulzura y amargura, eso no puede ser así, eso no es así, es imposible que así lo sea. Esto es lo que el Señor nos enseña por medio de Santiago.
Reflexionemos sobre el uso que le estamos dando a nuestra lengua y el rol que esta tiene en nuestras vidas. Cuántos fuegos pequeños hemos encendido que han dañado y destruido, cuántas veces hemos bendecido a Dios y al mismo tiempo, hemos proferido palabra de maldición hacia su creatura, inclusive hacia sus hijos. Busquemos a Dios en arrepentimiento, en determinación de cambiar nuestros caminos para agradarle a Él.