Venir a Dios a través de la fe en Jesucristo significa que transferimos la propiedad de nuestras vidas a Dios y lo hacemos el Señor de nuestras vidas, cambiamos nuestros viejos corazones que se adoran a sí mismos por la perfección de Jesús (2 Corintios 5:21). Romanos 12:1 da una descripción visual de lo que ocurre: "Presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo".
Imagina un altar dedicado al único Dios verdadero, luego imagina vas hacia el y le dices: "Aquí estoy, Dios. Soy un pecador, pero aún así me amas. Gracias por morir por mí y resucitar de entre los muertos para que mi pecado pudiera ser perdonado. Límpiame, perdóname y hazme tu hijo.
quiero vivir para ti a partir de ahora.
Cuando nos ofrecemos a Dios, Él envía Su Espíritu Santo a vivir dentro de nuestros espíritus (1 Juan 4:13; Hechos 5:32; Romanos 8:16).
La vida ya no es para hacer lo que queramos. Pertenecemos a Jesús y nuestros cuerpos son el templo sagrado del Espíritu (1 Corintios 6:19-20).
Desde el momento en que entregamos nuestras vidas a Dios, el Espíritu Santo nos da el poder y el deseo de vivir para Dios. Él cambia nuestro "querer". A medida que nos sometemos diariamente a Él, oramos, leemos la Biblia, adoramos y nos relacionamos con otros cristianos, crecemos en nuestra fe y aprendemos cómo agradar a Dios (2 Pedro 3:18).
Jesús dijo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame" (Lucas 9:23). Por lo general, el camino que Dios quiere para nosotros lleva una dirección diferente a la que nosotros o nuestros amigos elegirían. Es la elección entre el camino ancho y el estrecho (Mateo 7:13). Jesús conoce el propósito para el que nos creó. Descubrir ese propósito y vivirlo es el secreto de la verdadera felicidad. Seguir a Jesús es la única manera de encontrarla.
