"Ha dado alimento a los que le temen; para siempre se acordará de su pacto" (Salmo 111:5)
Leer: Éxodo 16:1-21; Salmo 37:23-26
Una mujer muy humilde era frecuentemente atormentada por un vecino rico y cruel que la menospreciaba por carecer de posesiones y riquezas. Un día, el hombre pasaba cerca a la ventana de la mujer, cuando escuchó una plegaria que ella elevaba a Dios pidiendo tan sólo un pedazo de pan. Al principio trató de conmoverse, pero enseguida, pensó en hacerle una de las tantas burlas que acostumbraba, fue a su casa y tomando un gran pan duro, se lo lanzó por la ventana, echándose a reír a carcajadas gritando: "¡Mira que no es Dios, soy yo el que te da el pan!".
La mujer lo tomó en sus manos y comenzó a darle gracias a Dios en alta voz, por la manera tan rápida como había contestado su oración y sobre todo cómo se le había ocurrido enviar justamente a su verdugo para que se lo entregara. El hombre aburrido, regresó a su casa pensando si realmente él había sido el instrumento que Dios había usado para suplir la necesidad de la mujer.
Que hermosa esperanza la que Dios nos da cerca de su provisión siempre dispuesta para todos aquellos que le temen y le buscan, que le reconocen como Padre y como Rey , nada le hará falta.
El problema de muchas personas es que a causa de la dureza del corazón se apartan del Señor y ya no le honraron ni le respetan. Prefieren andar en sus propios caminos, en la obstinación de su corazón antes que arrepentirse y volver a la fuente de su provisión. Qué importante y necesario es reconocer que muchas veces nos equivocamos y nos alejamos de Dios, fuente de amor, cuando Él siempre ha estado dispuesto a llevarnos de su mano sobre todo en los momentos difíciles; la felicidad de Él como Padre es que estemos bien (Mateo 7:11).
La misericordia y la bondad de Dios es infinita. Los que te temen serán completamente saciados de la grosura del cielo y de la tierra y el Señor nos dará de beber del torrente de sus delicias porque con nosotros está el manantial de la vida.